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Por: Anulfo Vargas Vásquez
La invitación del exiliado venezolano Edmundo González por parte del presidente dominicano Luis Abinader genera un debate significativo en los círculos políticos. Este gesto, que a primera vista puede interpretarse como un acto humanitario o diplomático, está cargado de implicaciones que van más allá de una simple cortesía. La pregunta que subyace es clara: ¿se trata de una iniciativa oficial con fines legítimos o de una jugada estratégica en el tablero geopolítico de la región?
Una «invitación» con muchas lecturas:
La llegada de Edmundo González a la República Dominicana, tras su estadía en Europa, no puede ser vista como un simple movimiento casual. El hecho de que este acontecimiento coincida con el inicio de un nuevo mandato del presidente venezolano Nicolás Maduro despierta suspicacias. González, conocido crítico del régimen chavista, se presenta en un momento delicado en la política regional, lo que plantea dudas sobre los verdaderos motivos detrás de su invitación al país caribeño.
¿Es esta invitación una decisión autónoma del gobierno dominicano o una maniobra coordinada con actores externos, particularmente con la influencia de la embajada de Estados Unidos? La proximidad geográfica de la República Dominicana al litoral venezolano la convierte en un punto estratégico, y este acto puede interpretarse como una herramienta para aumentar la presión internacional sobre el régimen de Maduro.
Abinader y el juego de la «gallinita ciega»
Al invitar a González, el presidente Abinader parece estar jugando con fuego en un terreno resbaladizo. Este gesto puede ser visto como una intromisión directa en los asuntos internos de Venezuela, una nación con la que República Dominicana comparte principios de soberanía e independencia. Aunque Abinader busca posicionar al país como un referente diplomático en la región, en esta ocasión su actuación corre el riesgo de ser interpretada como una postura parcial y politizada.
¿Está Luis Abinader asumiendo el papel de anfitrión con el objetivo de beneficiar al país, o se está convirtiendo en un instrumento de intereses externos? Este tipo de acciones, lejos de consolidar el prestigio internacional de República Dominicana, pueden generar una sombra en el historial político del mandatario, especialmente de cara a las elecciones presidenciales de 2028.
¿Política exterior o puente para intereses extranjeros?
Históricamente, República Dominicana tiene un papel relevante como mediador en conflictos regionales, pero esta vez parece cruzar una línea. Usar al país como plataforma para figuras como Edmundo González puede interpretarse como una instrumentalización de la política exterior dominicana, poniendo en tela de juicio la neutralidad y la autonomía del gobierno en los asuntos internacionales.
Además, esta invitación podría abrir un frente de críticas internas. Muchos sectores consideran que este tipo de acciones no solo distraen de las prioridades nacionales, sino que además arriesgan la estabilidad diplomática con otros países de la región. La política exterior debe estar guiada por el respeto a la soberanía de los demás Estados y no por intereses geopolíticos que desdibujen la independencia de la nación.
Un legado polémico:
La invitación a González tiene consecuencias de largo alcance para la imagen de Abinader y el Partido Revolucionario Moderno (PRM). Si bien algunos pueden aplaudir la decisión como un acto de solidaridad con los exiliados políticos, otros la ven como una muestra de sumisión a las estrategias de actores extranjeros. Este episodio plantea una interrogante importante: ¿cuál es el papel que República Dominicana quiere jugar en la arena internacional?
Luis Abinader está dejando una marca en la política exterior del país, pero no está claro si esa marca será recordada como un acto de liderazgo o como un error estratégico que pone en peligro la independencia y la credibilidad del Estado dominicano.