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Por : Luis Andrés Pérez Egurren (Lape Peegu).
Puerto Plata.- Se apagó una de las voces más queridas de Puerto Plata. Vinicio Villa Pichardo, conocido entre familiares y amigos como “El Príncipe”, partió en mayo de 2025 dejando tras de sí un legado de bohemia, canciones y memorias que marcaron a generaciones.
Nacido en Puerto Plata, República Dominicana, fue hijo de don José Villa y doña Juana Pichardo. Creció en una familia de cuatro hermanos: Guito, Luis, José Rafael y él. De ellos, solo José Rafael Villa Pichardo permanece con vida, residiendo actualmente en Santo Domingo.
La familia Villa Pichardo vivió en la calle Duarte, entre José del Carmen Ariza e Imbert. Más adelante se trasladaron a la comunidad de Montellano, cuando don José Villa consiguió empleo en el ingenio azucarero de la zona. Allí también trabajaron sus hijos, incluido Vinicio, junto a sus primos Pedrito y Altermio Pérez.
Durante un tiempo, Vinicio laboró en el dispensario médico de Montellano, junto a Cecilia Lantigua viuda Pérez, madre de José Rafael, José Gabriel y Virginia Pérez Lantigua. Posteriormente, vivió por varios años en El Pie del Fuerte, en la casa de su tía doña Nena Pichardo de Pérez, madre de sus primos Luus, Altermio, Anisia y Pedrito Pérez Pichardo.
Desde joven, Vinicio fue un alma libre, amante de la música y la buena compañía. Junto a su primo Pedrito y otros entrañables amigos —como Crispín López, Porro Núñez, Tuto Ureña “La Culebra”, Enriquito Pichardo, Cayó de los Santos, Papo Burgos, Peniche, Papi y Aramís Mercado, César y Edwin Ricardo, Segundito Martínez y Carlos Rodríguez—, formó parte de una generación que vivió intensamente entre guitarras, canciones y madrugadas.
A finales de los años 60, se trasladó a Santo Domingo, donde continuó su vida bohemia, frecuentando lugares como El Conde, Ensanche Ozama, Los Prados y otros rincones de la capital. Durante los llamados “Doce Años” del Dr. Joaquín Balaguer, trabajó gracias al apoyo de familiares vinculados a la familia Ricardo, entre ellos Edwin, César y Ely Ricardo.
En la década de 1970, emigró a los Estados Unidos, donde vivió por muchos años. Allí trabajó arduamente hasta alcanzar su jubilación. Sin embargo, jamás abandonó su esencia: siguió cantando, reuniéndose con amigos y dejando su huella en la comunidad dominicana en el exterior, donde siempre fue querido y admirado por su carisma y su voz.
Vinicio regresaba de vez en cuando a su amada Puerto Plata, donde era recibido con cariño y nostalgia. Su partida deja un vacío en la memoria colectiva de quienes lo conocieron, lo escucharon y lo amaron.
Hoy lo recordamos como uno de los últimos románticos, un príncipe de la bohemia que convirtió cada encuentro en una serenata, cada anécdota en canción y cada despedida en un “hasta luego”.