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Por: Enrique Encarnación
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En la política, la conexión entre un partido y su base de apoyo es uno de los pilares fundamentales para sostener el poder. Sin embargo, no es raro observar cómo, una vez en el gobierno, algunas administraciones comienzan a distanciarse de los principios y compromisos que inicialmente forjaron su éxito electoral. Este alejamiento puede ser fatal, ya que pone en riesgo la relación con aquellos que fueron clave para su ascenso y permanencia en el poder.
Los partidos políticos son mucho más que sus líderes y estructuras; son, en esencia, las personas que les dan vida: la base. Esta base está formada por militantes, simpatizantes y aquellos sectores de la sociedad que ven en el proyecto político una esperanza para sus aspiraciones y necesidades. Sin este apoyo, es imposible alcanzar el éxito en una elección.
Cuando un líder o gobierno se encuentra en sintonía con su base, logra generar confianza, entusiasmo y, sobre todo, movilización. Estos factores son esenciales no solo para ganar elecciones, sino también para mantener el respaldo necesario para gobernar con estabilidad. La base es quien defiende las políticas del gobierno, quien articula el mensaje en cada rincón del país y quien actúa como el puente entre la ciudadanía y el poder.
El problema surge cuando, una vez en el poder, el gobierno empieza a desconectarse de esos sectores que lo llevaron al triunfo. Las decisiones comienzan a priorizar intereses ajenos a los compromisos originales, las promesas de campaña se diluyen, y la percepción de abandono crece entre quienes esperaban un cambio real.
Este distanciamiento puede manifestarse de varias maneras: falta de comunicación efectiva, la imposición de políticas contrarias a los principios del partido o la preferencia por alianzas con sectores que nunca fueron parte de la visión inicial. A medida que esto ocurre, la base comienza a sentirse ignorada, traicionada y, en última instancia, desmotivada para seguir apoyando a un gobierno que ya no representa sus intereses.
Cuando la base se siente abandonada, el impacto se refleja rápidamente en la pérdida de respaldo popular y en el debilitamiento de las estructuras internas del partido. Los militantes ya no se sienten comprometidos para movilizarse, los líderes locales pierden confianza en la dirección central y la cohesión interna se deteriora. Este escenario suele traducirse en derrotas electorales, conflictos internos y, eventualmente, en la pérdida del poder.
Además, la falta de conexión con la base deja al gobierno vulnerable a la competencia política. Partidos rivales pueden aprovechar el descontento para captar a esos votantes desencantados, presentándose como una alternativa más cercana a los intereses de la gente.
Para evitar este desenlace, es crucial que los gobiernos se mantengan fieles a los compromisos que asumieron con su base desde el inicio. Esto implica no solo escuchar y atender sus demandas, sino también hacer de la justicia social, la equidad y la inclusión principios innegociables. Un liderazgo que entiende la importancia de sus raíces sabe que el poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para transformar la realidad de aquellos que depositaron su confianza en el proyecto.
Un gobierno que se aleja de su base pierde su razón de ser y, con el tiempo, se encuentra aislado y sin el apoyo necesario para sostenerse en el poder. La lealtad hacia quienes fueron la base de su éxito inicial no es solo una cuestión ética, sino también una estrategia fundamental para garantizar la estabilidad y la continuidad del poder a lo largo del tiempo.