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De ser como afirma Rivas, no hubiesen querido hacer culpable a Bosch de tal crimen, hasta el punto de querer ir a hacerlo preso o de interrogarlo, al tiempo que apresan y acusan a dirigentes cercanos a él, como fue el caso de Diomedes Mercedes y Rafael Luna.
Por Fidel Soto Castro
“Los tiranos se rodean de hombres malos porque les gusta ser adulados y ningún hombre de espíritu elevado les adulará”.(Aristóteles)
En un artículo del periodista Ubi Rivas, publicado en el periódico Hoy, bajo el título: «Chinino no ordenó matar a Orlando Martínez», de fecha 25 de marzo del 2019, el autor afirma que el general Lluberes Montas no ordenó el asesinato de Orlando Martínez, que la orden fue “una paliza”. Es muy raro que así fuera, porque hay aspectos que se deben tomar en cuenta al momento de valorar la orden real del caso.
Todos sabemos, que el cementerio que cargó el general Chinino sobre su espalda, no es de una docena de muertos, sino de varias, si contamos los asesinatos que ordenó desde la Operación Limpieza, en la guerra de abril, hasta los doce años de Balaguer, en los que el generalato, cometió graves hechos de torturas y crímenes monstruosos.
La orden impartida al comando de asesinos, si fue de «una golpiza», no exime al general como ordenador y autor del asesinato, porque la posibilidad de terminar con la vida de la víctima, era un riesgo que corrían por las características de su práctica asesina. Los asesinos se dedicaron a estas acciones, desde la creación de las llamadas «Fuerzas Incontrolables», creadas al finalizar la guerra en septiembre del 65, y de la formación de la «Banda Anticomunista», en el 1970.
Algunos hechos posteriores, indican que el referido asesinato, fue la ejecución de una orden superior, y que tanto el cuento de que no se quería matar, sino escarmentar, como también la patraña balaguerista de la famosa página en blanco, forman parte de un subterfugio para evadir la responsabilidad de un crimen de Estado y pasarlo como una acción individual, al margen de éste y de las acciones de la Agencia Central de Inteligencia.
De ser como afirma Rivas, no hubiesen querido hacer culpable a Bosch de tal crimen, hasta el punto de querer ir a hacerlo preso o de interrogarlo, al tiempo que apresan y acusan a dirigentes cercanos a él, como fue el caso de Diomedes Mercedes y Rafael Luna.
El argumento de una acción terrorista individual de elementos oficiales se usó en el caso de Gregorio García Castro y sólo se cumplían menos de dos años de ese horrendo crimen, opacado, hasta cierto punto, por la búsqueda de los remanentes de la guerrilla del coronel Caamaño.
Simplemente, el comando terrorista que integraban los nombrados Pou Castro, Isidoro Martínez, Lluberes Ricart, Cabrera Luna y Luis Emilio de la Rosa, estaban acostumbrados a matar, no a dar golpizas. Para tales acciones usaban individuos de bajos rangos y bajos perfiles.
Lo sucedido en el caso de Orlando es que se le fue el cálculo por otro lado. Creyeron que pasaría lo mismo que con Guido Gil o Plinio Díaz. No pudo ser así, porque Orlando Martínez se había hecho de relaciones en lo nacional y lo internacional y era a la sazón un periodista de mucho prestigio.
No se conformaron con su práctica de los doce años y cuando volvieron, en el año 86, le tocó a ese mártir de la lucha democrática, Narciso González, desaparecido en mayo del 94, dejando correr de nuevo el cuento -por debajo- de que murió durante una paliza y que la intención no era matarle. En este caso, al igual que a Henry Segarra, Guido Gil y Plinio Díaz, el cadáver » no salió a flote».
Estando Bosch en Cayo Confites, el aventurero Rolando Masferrer, tenía en plan asesinarlo. Bosch, enterado de tal pretensión, dijo:
“Si me matan seré un cadáver que va a jeder mucho”
Eso sucedió con la muerte de Orlando Martínez. No hay que desatar ninguna madeja: Fue un crimen de Estado. Debemos recordar que hay órdenes que no se dan, pero se dicen como aquella:
¡»Aquí no hay cárcel para ese hombre»!